
Lola Dinamita (El desvelo Ediciones)
Rebeca Le Rumeur
CÓMO DEJAR DE ESCRIBIRTE
¿Cómo dejar de escribirte
ahora que sé que tus labios
son un tango,
malevaje de otros besos,
de silencios y rotos?
Mi mano desdibuja sobre el lienzo
todo cuanto inauguras
con palabras que giran
alrededor de mi corazón
que derrama tacones de siempre.
Es verdad que el agua te diluye en aquellos momentos en los que tu dedo índice iba marcando mi espalda llena de escalofríos. Llega esta noche hasta mi sudor, que impregna esta piel cansada de manchar paredes con el rastro del olvido. Sube mis caderas y piérdete en la intemperie que ofrece este espejo que te señala como el único superviviente de tanta tristeza heredada.
Y que arrastres tus pies por la alcoba
o llegues, como un sueño,
en la calima del mediodía
porque no puedo dejar de escribirte.
No trazar más tu nombre
en el reverso de mis manos;
no seguir la grafía,
el indicio de tu cuerpo proyectado
en todas las baldosas
que desgasta mi lengua que te escribe,
que te escribe sin quererlo,
que promete que será la última vez
y yo sé que miente tanto...
CARMEN MORENO
El bosque de las palabras III
(46 x 38)
100 euros (vendido)
La niña salió del bosque corriendo con todas sus fuerzas y no se detuvo hasta cruzar la valla de su casa. Cuando recuperó el aliento, entró hasta la cocina. Su madre, que estaba preparando el almuerzo, al verla llegar emitió un gruñido cargado de enfado: otra vez traía el vestido manchado de tierra. La pequeña puso cara de traviesa y con otro gesto se disculpó. En el salón, el padre descansaba después de un duro día de trabajo en el campo. Golpeó el suelo con su bota embarrada; la niña acató la orden y se presentó ante él para recibir otra regañina. Con una tosca mirada de cariño y un gesto inquisitivo mezcla de temor y enfado, el hombre señaló el bosque prohibido a través de la ventana. La niña negó con la cabeza hasta que su padre se quedó tranquilo, corrió hasta su habitación y se escondió bajo la cama. Sabiéndose a salvo, sacó su tesoro del bolsillo del vestido. El fruto amarillento estaba demasiado maduro para ser apetitoso pero a ella le dio igual. Tras contemplarlo unos segundos se lo echó a la boca, paladeó su extraño dulzor y se lo tragó. Entonces cerró los ojos y esperó ansiosa. Y esperó. Y cuando empezaba a pensar que no pasaría nada, como un bostezo una nueva palabra fluyó incontenible hasta sus labios, "libélula" se oyó decir, y supo cómo llamar a sus bichos favoritos.
MARCO A. GARCÍA
Lo que me queda del mar (detalle)
PERO NADA
Pero nada consigo crear
que el viento no se pueda llevar
JACOBO PULGAR