Lo que me queda del mar

Lo que me queda del mar
(38 x 55)
200 euros (vendido)



La becaria sonrió sin disimulo, y el tribunal se ajustó las gafas.

– Díganos entonces.

– Desapareció entre las rocas, persiguiendo un alcatraz. Llevaba en la piel el salitre de otros mares, de otro mar. Lo noté enseguida. En su pecho, el sol plomo reverberaba con ecos de una boca que no era mía. Cayó y en el agua su cuerpo hizo una diminuta explosión. Y luego se convirtió en un hoyo de espuma, cada vez más pequeño, cintado de recuerdos oscuros y concéntricos que se doraron cuando levanté la vista al horizonte (abajo lo esperaban sirenas). Yo me arriesgué a descender el acantilado y en el borde de las rocas flotaban cosas suyas y luego nuestras y luego mías. Recogí delicadamente hojas aceitosas, apuestas perdidas, un naipe marcado con su firma ambigua. Algún hilo metálico y mojado que escribía su nombre (y susurraba un viento celoso), madera, esa camisa que dejé de ponerme cuando llegó. Animales que me sacaban la lengua y palabras esponjosas, negras, pero brillantes. Apilé todo en mi regazo desnudo y subí, subí. Arriba, miré al sur, a las suaves praderas verdes que ascendían, y no di las gracias, pero canté. Sí, así mismo, canté. Fuerte. Cumpliré con un sueño. Con cualquier otro sueño.

Un silencio seco. El tribunal inclinó la cabeza hacia delante, habló con voz mugrienta.

– ¿Cómo sabe usted todo esto?

– Me lo ha contado el mar.

MIGUEL MARQUÉS

Lo que me queda del mar (detalle)



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